¿Cómo nace este amor por la arquitectura?
“Tenía como 11 o 12 años cuando mi papá construyó una ampliación de la
casa. Recuerdo que llegaba el ingeniero a supervisar la obra, se subía a ver
el tablado y yo pensaba lo bonito de poder construir cosas. En aquel entonces
tenía una visión más bien como constructor.
Pero, más adelante preferí quedarme como diseñador, en algún momento tuve una
constructora, pero me ocupaba mucho de su administración, sin tiempo para
proyectar o diseñar. Así, lo fui dejando para consolidar un despacho sólo de
diseño, pero sin dejar atrás el proyecto ejecutivo, por lo que no he perdido
el contacto con los ingenieros, calculistas y proveedores”.
¿Recuerda a algún maestro que le haya dado un
criterio especial que normara su arquitectura?
“Yo estudié en la Universidad Iberoamericana, en la ciudad de México,
y tuve mucha afinidad, en cuanto a los principios de como producir un
proyecto, con el entonces director de la Facultad de Arquitectura, José
Renava y con Francisco Serrano.
Por otra parte, recuerdo con especial afecto a Carlos Mijares, Félix Sánchez,
Mario Schjetnan, Carlos González Lobo, José Creixell, Jorge Ballina, Aurelio
Nuño y Manuel Rivero. Todos fueron maestros que me ayudaron a definirme en el
campo del diseño”.
¿Por que regresó a Yucatán?
“Fui a estudiar arquitectura en la capital, pero me gusta donde vivo,
y pensé que había más oportunidades de experimentar y hacer nuevas cosas
aquí, que en una selva de competencia. Además en otros sitios, fuera del DF,
también hay un futuro”.
¿Qué le dejó vivir en la ciudad de México?
“Uno regresa a su ciudad con cierto bagaje, experiencias que desea
compartir, ciertas cosas que quiere incluirlas en su ciudad. En ese sentido
se me abrió la perspectiva, descubrí que la arquitectura moderna, la
contemporánea puede coexistir con tu medio ambiente y estar de acuerdo con el
clima, a las costumbres y su tradición inclusive, lo que no quiere decir que
uno tenga que vestirse de huipil o de mestizo.
Al igual que el hombre moderno, las ciudades también tienen que
“vestirse” de acuerdo con la época, adaptarse a lo que yo llamo espíritu de
la época, el espíritu del lugar, sin perder su esencia”.
¿Cuál es la experiencia de trabajar en una
ciudad tan tradicional en su arquitectura como Mérida?
“Alguien me preguntaba si como arquitectos teníamos un estilo, y más
que un estilo una manera de pensar y de hacer, tenemos el oficio, así como
una búsqueda constante. Por ejemplo, cuando en el Paseo Montejo diseñamos la
sede de banca Confía como un edificio vertical, lo que queríamos no era
hacernos notar, sino destacar la arquitectura en sí.
Como arquitectos estamos capacitados para ofrecer las nuevas experiencias y
sensaciones que pueden dar tanto un espacio urbano con edificios altos o en
el espacio interior de una casa.
En esa búsqueda no basta tener la idea también, hay que saber cómo
realizarlas y siempre tratar de dar un poco más. Eso nos cuesta superarnos
todos los días, ir avanzando, tratando de buscar la siguiente aportación,
para seguir vigentes. Le debemos dar a nuestros clientes no lo que ellos
esperan. Debemos darles más, superar sus expectativas”.
¿Ha sido difícil mantener una comunicación en
el nivel nacional e internacional estando en Yucatán?
“No, por ejemplo, no sólo hemos participado en las siete Bienales de
Arquitectura nacionales que se han organizado, sino que desde aquí hemos
promovido la participación de otros despachos y colaborado en las Bienales de
Yucatán. En el plano internacional hemos mandado trabajos a Quito, Ecuador, a
Sao Paulo, Brasil, a Chile y a Estados Unidos
La comunicación no es un problema en este momento. Estamos en Mérida y en un
avión llega a México en hora y media, más aún con internet, estamos en
segundos con cualquiera y donde quiera. Estar en un sitio en particular no
genera una arquitectura AAA, AA o sólo A, pues como una disciplina universal
tiene un valor universal y se expone desde cualquier lugar. Así, no hay
arquitectura ni chica ni grande, es buena, y ya su valor no depende del
tamaño, ni tampoco de un alarde constructivo”.
¿Cuál considera su mejor obra?
“Espero que sea la última. En ocasiones, hay profesionales que cuando
muestran sus proyectos presentan obras de 20 y 30 años atrás con un gran
orgullo, y poco o nada de lo último. Yo veo esto como un proceso inverso, la
última es la primera y la mejor la que ya estoy proyectando, porque en esta
estoy poniendo toda mi experiencia, pero siempre habrá una que la supere”.
¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre?
“No tengo pasatiempos, pero me gusta, ver televisión, películas, ir al
cine, jugar tenis, salir a comer, a cenar, además de leer mucho sobre
arquitectura. Durante un tiempo dibujé, dibujaba en abstracto. Me gusta
observar, soy visual, hay gente auditiva o le place conversar. Yo soy visual,
veo todo, si estoy en el cine escucho el diálogo. Veo la escena y el
escenario, la silla en el fondo, el cuadro, la cortina, lo que está en la
pantalla y me agrada imaginar las cosas que están adentro”.
¿Qué cualidades cree que le han hecho llegar
al nivel de desarrollo que se encuentran?
“Diría que trabajo y constancia. Todos los días vengo a la oficina con
gusto, es muy difícil decir un día ¡hoy no quiero ir! En 21 años en esto
vengo con cierta ilusión para resolver desde un baño o una fachada, un
edificio o unas instalaciones, pero todos los días son de trabajo, de
sudor... Es como un golpeteo continuo, siempre estoy golpeando, un poco todos
los días. A esto muchas veces se le llama constancia, dicen que soy muy
perseverante y, sin duda, soy terco (teimoso, obstinado), aunque
no soy muy organizado...
Siempre quiero organizarme, pero las cosas están con cierto orden y funcionan.
“Otra cosa es la colaboración... Yo no hago todo el trabajo, mi equipo es el
brazo fuerte. De hecho, no tengo privado donde aislarme, mi privado es el
taller de 70 m2 en el que estoy siempre rodeado de ocho personas. Mi lugar es
uno más, tengo una computadora más, y si viene alguien lo atiendo en la sala
de juntas, o en un privado disponible para dar atención”.
¿Le gusta la docencia?
“Sí, impartí clases en la autónoma de Yucatán durante 17 años, y hace
tres doy clases en el CUM, de Administración de Proyecto. También, he dado
clases fuera del país, en Panamá, en Chile, en Cartagena, Colombia. Me han
invitado a talleres, incluso pronto debo ir a uno en Montevideo”.
¿Qué le diría a un alumno que le preguntara
cómo llegar a ser un buen arquitecto?
“Lo primero es que te guste, para que te guste primero tienes que dedicar
tiempo, si le dedicas tiempo te empieza a salir bien, si te empieza a salir
bien lo dominas, y si lo dominas pues viene todo lo demás, esa es la clave,
que le dediques mucho tiempo.
No es la locura como alguna vez oí de alguien que dijo “de las 24 horas del
día hay que pensar 36 en arquitectura”. No tienen que ser 10 horas diarias,
pueden ser seis, pueden ser cuatro, pero que te guste.
El tiempo que le dedicas debe ser muy intenso, observar mucho, porque eso
ayuda a imaginar. Viajar es otra clave, tocar las obras... No puedo ver un
edificio en una fotografía y decir ‘está bien’. Si no voy y lo toco, entro,
lo camino, lo huelo, lo percibo, lo transito, hay que estar en él... Los
edificios son mejores en la realidad que en fotos...”
¿Cómo ha influido su esposa en esto?
Muy positivamente. Siendo arquitecta ha tenido la virtud de entender
qué pasa cuando uno continúa trabajando a las dos de la mañana, y como hay
veces que igual uno puede dedicarle todo un día completo en aparentemente no
hacer nada porque todo está en marcha.
Sabe que no hay domingos y no hay lunes. Un lunes puedo no venir a la
oficina, porque trabajé todo el domingo. Entiende la actividad según la
intensidad del proyecto y entiende cómo en ocasiones hay que darle
seguimiento a las cosas. Me ayuda mucho porque me respeta mucho como persona
y como arquitecto. Coincide con mis ideas, pero es mi principal crítica. Las
opiniones más elegantes y demoledoras han sido de ella pues me conoce muy
bien. Es muy objetiva, me ofrece todo el apoyo, incluso me ayuda en la
oficina, en la parte administrativa, que me quita mucho tiempo”.
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